miércoles, 14 de julio de 2010

HISTORIA DE UNA PAREJA DE ESTUDIANTES CACHONDOS DEL CBTIS 56 Y UN ELECTRICISTA MIRÓN. -TODOS DE IGUALA-


El año pasado en vísperas de la clausura del CBTis 56 de Iguala; un estudiante de ese plantel le pidió a mi amigo y compañero de trabajo, que le prestara la casa que juntos rentabamos para ocuparla como bodega, en la que guardábamos la herramienta de construcción que empleamos para nuestros trabajos de electricidad y plomería, así como el material correspondiente. La intención del chico del CBTis, era efectuar un convivio con algunos de sus compañeros que egresarían de la institución.
Mi amigo accedió y le dijo que le daría permiso de 10:00 am a 3:00 pm para que hiciera su fiesta, porque a esa hora nos reportábamos regularmente para sacar herramienta. Llegamos a las 3:25 y nos dimos cuenta que algunos muchachos y señoritas que portaban el uniforme del CBTis, estaban apenas saliendo de la casa. Así que nos esperamos en una tienda a media cuadra de la casa, en espera de que la terminaran de desocupar.
Minutos después, me dirigí a la casa y toqué la puerta para respetar los últimos minutos de convivencia entre los chicos que todavía estuvieran ahí. Abrió el conocido de mi compañero "el plomero" (yo soy electricista) y me dijo que le pasara, que solo había otros 4 chicos con él. Entré y saludé a los muchachos, sobre todo a uno de ellos en particular, puesto que lo reconocí de inmediato, ya que es hijo de un amigo de antaño.
Los chicos tenían todavía refrescos y un par de botellas de vodka casi vacías y uno de ellos tocaba algunos acordes con su guitarra.
Como a los 5 minutos, entró un muchacho acompañado de una chica. A ambos los había visto antes de que entráramos; se abrazaban y besaban, mientras esperaban un taxi -o al menos eso pensé-. El chico nos pidió permiso de quedarse algunos minutos más, en tanto se le quitaba lo mareado a la muchacha, ya que ella había tomado un poco; eso nos dijo.
De modo que solicitó permiso para pasar a una recámara que se ubica al fondo de la casa, para que descansara la chica. Desde aquí noté algo raro; cómo supo que había una recámara al fondo, si para llegar ahí había que pasar por un pasillo por donde tenemos material de herrería, varillas, madera y cientos de chucherías. Sobre todo, porque la estancia que ocupábamos de sala comedor, era bastante amplia para todos, sin incluir el patio.

Mi compañero y yo asentimos, más bien pensando en el estado de la chica, quien tal vez supo fingir el supuesto grado de ebriedad que argumentó su acompañante. Minutos después, el resto de los chicos optaron por retirarse y solo se quedó la parejita. El plomero y yo, salimos al patio para efectuarle unas reparaciones a nuestro vehículo y así, entrabamos y salíamos de la casa constantemente. Cuando me dirigí a la bodega contigua a la recámara, escuché un quejido femenino bastante conocido por mi instinto varonil. Mi curiosidad alcanzó proporciones gigantescas y no pude resistir la tentación de echar un vistazo al interior del cuarto. Me acosté pecho tierra y debido que la puerta quedó abierta con una cortina de muralla al exterior; pude tener amplia visión de lo que ahí acontecía. A la chica ya se le había bajado lo mareado y ahora cabalgaba cual potro salvaje como el que describe en su poema la poetisa Maricela Arzate. El muchacho tenía un tenis en un píe y en el otro solo el calcetín. El pantalón lo tenía abajo de las rodillas y la playera no se la había quitado. Por su parte la chica tenía la playera del CBTis puesta y se había quitado el pantalón; de modo que quedó de espaldas hacia donde estaba yo y cubría al chico. Así que pude ver sus pompis desnudas que bailaban sensual y lidamente en una recámara sin ventilador y con los rayos del sol que entraban por una gran ventana, cuando eran aproximádamente las 4 de la tarde.

No podía entrar y reprenderlos, me apenaría más yo que ellos, porque supongo que no era la primera vez que tenían un encuentro íntimo.

Extraje mi cámara y tomé como 10 fotos; regresé a la sala y le dije a mi compañero que platicara como si yo estuviera ahí, alejado de la recámara. Mi cuate el plomero, siguió mis indicaciones y fui de nuevo a la alcoba de los enamorados que desfogaban sus pasiones. Al fin, el número concluyó y la chica se quitó la playera para poder acomodarse el sostén que era de un color parecido al violeta. Después, ambos se recostaron y el chico abrazó a la muchacha, descansando su mano sobre el brasier.

Llegado el momento de salir, ya nos encontrabamos afuera mi amigo y yo.

Solo nos quedaron de recuerdo algunas de las imágenes y una bolsita donde la chica llevaba boligrafos de colores fosforescentes y cosméticos varios.

Desde entonces, los he encontrado en dos ocasiones. Quizá ellos ya no me recuerden, quizá yo tampoco los recordara, a no ser por las fotos que les tomé y de las cuales me he desprendido. Solo guardo algunas, para muestra, en la que no se puede ver las señas particulares. Ignoro sus nombres, nunca he querido preguntarle al chico que nos pidió prestada la casa. Solo quiero agregar que ese mismo día, perdí un libro que dejé sobre una mesita, junto a la cama, la misma cama en donde los jóvenes tuvieron su encuentro. El libro se titula "De la parábola a la metamorfosis"

Atte. Andrés Ortiz Pantaleón

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