viernes, 3 de abril de 2009

CRÓNICA DE ALBAÑILES

Los oficios en la construcción llevan también sus gajes muy particulares por la manera en que los trabajadores desarrollan su labor; desde electricistas, plomeros, albañiles, pintores, carpinteros, herreros y todo aquel que se preste a esta digna actividad.
La relación entre patrón y maístros merece grandes espacios para ser detallada. Todo comienza cuando el cliente contacta al albañil para que le haga el presupuesto; una vez que el maístro albañil entrega la lista de material y la cuenta de su trabajo, viene la pregunta obligada de parte de los clientes: ¿Y es lo menos maístro? bájese tantito -le dice el de la casa- primero Dios le vamos a continuar con más chamba, aquí va a tener trabajo pa´rato. El albañil quien ya conoce estas artimañas, ya se había subido tantito, de modo que se ajusta para cerrar números y que todos queden de acuerdo. Una vez que se avanza en el trabajo, el material no alcanza y es entonces cuando el maístro tiene que pedir más al patrón. ¡Oiga maístro! le dije que hiciera bien el presupuesto -refuta el cliente- usted me dijo que con lo que me pidió iba a alcanzar. Pues si -responde el albañil- pero no habíamos considerado los detallitos ni tampoco los tomamos en cuenta en la mano de obra. Y para no hacerla cansada, el patrón asiente en pedir más material para despistar momentaneámente al albañil y que no le esté moliendo con que quiere más lana por la chamba.
Llegado el momento de echar el colado, entre maístro y patrón ya no hubo arreglo en lo de la paga; así que la losa se la avienta otro albañil que les recomienda un compadre metiche. El nuevo albañil pide el material y ya en el día del colado, a media losa ya se les fue casi todo el cemento. ¿Con cuántos más la hacemos? -le dice el patrón al maístro-. Pues con otros 20 bultitos -contesta el albañil recomendado por el compadre del patrón, quien ya hizo acto de presencia para entrarle a la cochinita.
Una hora después, los coladores ya no están chambeando con ganas, porque el dueño de la casa no se pone bello con las caguamas, debido a que su esposa es catequista y guadalapuna como ninguna, y ella no aprueba que a los muchachos se les hunda en el vicio. Pero los coladores están asoleados y como Gabino Barrera, no entienden razones ni mucho menos las teológicas; de manera que le insisten al albañil para que invite algo o presione al patrón, pues la mayoría de ellos ya están bien trabados, porque llegaron al colado todavía alacranados de la parranda. Así que a falta de las cheves, se le pegan a un garrafón de agua, que no cura pero como refresca; y que fue lo único que les invitó doña Carlota la catequista, la que les poncha a los niños hasta de a cien pelotas.
Y nomás para que le hagan el paro con la chamba, el maístro les da para un cartoncito de caguamas, que se va de volada entre el gremio. A todos les toca, menos al electricista que se aventó el tendido de la manguera, y a quien el maístro no vio con buenos ojos, pues esa chamba se la quería pasar a uno de sus valedores, pero el patrón le dijo que no, que él tenía un ahijado que era bien chicho para ese jale.
Un borrachito de la colonia, se acerca a la revoltura y agarra su bote para que se lo llenen, con el afán de que le toquen unas frías y de a gorra, pero el patrón que está en todo menos en invitar algo a los coladortes, interviene y despide al voluntario.
Se le va a caer la losa jefe, no invita nada -dice uno de los coladores-. Si se cae mando traer al maístro -argumenta el de la casa- Les voy a dar una botellita, pero al último, si les doy ahorita, los que se van a caer son ustedes.
Va a querer más cemento -interrumpe el albañil-. ¡No le haga! -le dice el patrón-. El compadre que todo lo ve y lo siente, solo se limita a menear sus bigotes de brocha, pues ya le está calando por los dos lados; el maístro que no le calculó bien al material, y el patrón que no invitó las virongas a su albañil.
¡Maístro! -refiere el chalán del albañil- présteme su metro, voy a la tienda por un chesco y para que la chava me vea con el metro en la cintura y piense que yo soy maístro. ¡Es más! siento que ya me quiere.
Y entre lamentos de los coladores y los apuros del patrón por más material que tuvo que comprar, al fin se termina el colado y es hora de disfrutar de la cochinita con tortillas bien frías y del pomo que se lo queda el maístro para recuperar lo que gastó en el cartón. Total, cuando el patrón se de cuenta que le dejaron al revés la pendiente de la losa, el maístro ya va lejos con su gente. Así es la raza a veces...

*Autor: Andrés Ortiz Pantaleón

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